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Elegido del editor

Historias más allá de la medicina

La literatura nos entrega pistas para reflexionar que jamás encontraremos en un texto médico a secas. Aquí publicamos el prólogo que el destacado crítico chileno Camilo Marks escribió para «Mortales/Inmortales», el libro del oncólogo uruguayo Osvaldo Arén que ofrece una mirada única sobre su profesión en el siglo XXI.

Mortales/Inmortales, de Osvaldo Arén Frontera. mercadolibre.com.uy

Mortales/ inmortales, subtitulado La batalla más humana de todas, es un libro completamente inusual, que versa alrededor de un tema completamente inusual y cuyo autor es un hombre completamente inusual. El libro es inusual porque es inclasificable, está escrito por alguien que no proviene del mundo de las letras y, no obstante, se lee con el mismo interés con el que ahora leemos una novela de suspenso o, dicho en términos actuales, un thriller. El tema es el cáncer, esa temible y devastadora enfermedad sobre la cual nadie sabe nada, por más que se hayan escrito incontables volúmenes acerca de ella.

       Y el autor, Osvaldo Arén Frontera, debo decirlo con respeto y gratitud, hace que nos sintamos frente a un hombre totalmente inhabitual y, pese a que no lo conozco en persona, me atrevo a afirmar rotundamente que posee un carácter poco convencional. Médico oncólogo de origen uruguayo, Osvaldo Arén despliega sus enciclopédicos conocimientos en torno a las neoplasias -y también sobre otros tópicos históricos, literarios y antropológicos- en un lenguaje claro, accesible para todo el mundo, sin mayores pretensiones literarias, pero logrando un estilo diáfano, a ratos hasta elegante. En otras palabras, Mortales/ inmortales es un título que, hasta donde tengo conocimiento, es único entre nosotros.

Me crié, me formé y me eduqué en un medio donde el cáncer era una palabra prohibida, tan prohibida que el sólo pronunciarla producía consternación

     Debo confesar que, cuando se me encargó revisar esta obra, mi primera reacción fue evitar la tarea, huir de ella como del demonio, puesto que me producía un alto nivel de embarazo, incluso de rechazo. Como todas o casi todas las personas, le tengo un miedo cerval, un espanto, un pavor al cáncer. Y como todas o casi todas las personas, soy un ignorante absoluto en todo lo referido a ese mal, ignorancia que, en mi caso, bordea la superstición. Dicho de otra forma, mientras menos se hable de tumores malignos –y también benignos-, mucho mejor; mientras releguemos a las metástasis a un compartimiento estanco y no visitado por nuestra consciencia, tanto mejor y mientras nunca mencionemos siquiera la posibilidad de ese morbo, tantísimo mejor.

     Me crié, me formé y me eduqué en un medio donde el cáncer era una palabra prohibida, tan prohibida que el sólo pronunciarla producía consternación. Y más aún: en mi familia paterna y en mi familia materna no hay casos de enfermos de cáncer, motivo más que suficiente para desconocerlo, sepultarlo en el olvido, obliterarlo si ello fuese posible, aunque remotamente posible. Pertenezco a una generación en la que la locura y los carcinomas eran considerados desastres de tipo familiar, ya que entonces se pensaba que solamente al interior de ciertos medios parentales podían producirse. Hoy pienso lo mismo en relación con la insania, pero estoy muy lejos de opinar que, por referirme a un ejemplo de malignidad, los epiteliomas se dan, preferentemente, al interior de, digamos, determinado grupo de familias.

     Y he aquí que Mortales/ inmortales de inmediato disipó todos estos prejuicios y si bien estoy lejos, lejísimos de haberme convertido en experto en biopsias y, por ende, en miomas, melanomas, sarcomas, leucemias, leucoplasias y otros vocablos – ¿o eufemismos para ocultar la realidad? – creo que, gracias a la lectura de este poderoso relato, estoy empezando a perderle el miedo a eso que, cuando yo era joven, era calificado como el peor enemigo de la humanidad. Ya desde las primeras páginas, Osvaldo Arén, tal vez sin quererlo ni proponérselo conscientemente, disipa todos los errores y los malentendidos que hay alrededor del cáncer. La verdad es que todavía no sé bien cómo lo consigue, aunque lo consigue de manera magnífica.

El crítico literario Camilo Marks escribió el prólogo de Mortales/Inmortales.

     Me aventuraré en algunas hipótesis de ese triunfo que, como lo dije, el médico uruguayo obtiene desde el comienzo mismo de su impactante libro. Los doctores en medicina, ya lo sabemos, son pedantes, petulantes, vanos, engreídos, autosatisfechos y por lo general usan el lenguaje de la ciencia o de las disciplinas que ejercen para que no entendamos nada, absolutamente nada de lo que están hablando. Muy por el contrario, Osvaldo Arén nos interpela en un español comprensible para todo el mundo, el español culto que cualquier persona con enseñanza secundaria o universitaria domina. Y lo hace con excepcional fluidez y habilidad, como si estuviéramos en su casa o, quizá, en una visita de rutina a su consulta, explicándonos las cosas como son, en forma directa y no como lo haría, por ejemplo, un profesor universitario, que recurre a una abstrusa terminología, a lo mejor para esconder su ignorancia, a lo mejor para defenderse de las preguntas inoportunas.  

     No es lo que hace el facultativo uruguayo. Cuando se trata de una terminología, digamos, desconocida, Osvaldo Arén nos aclara en qué consisten o qué significan las frases que emplea. Vale decir, nunca se pone en una situación de autoridad, sino que entabla, tanto con sus pacientes como con el lector, lo más cercano a lo que podríamos llamar una relación democrática. Nunca, nunca jamás desciende al trato infantil, a comunicarse con los enfermos o sus familiares como si lo estuviera haciendo con impúberes o, peor todavía, con imbéciles. Este rasgo vuelve a transformar a Mortales/ inmortales en un ejemplar muy raro, muy escaso en los días que corren. La modestia, en especial la modestia en un practicante de la medicina, es un don escasísimo, que Osvaldo Arén demuestra poseer con creces.

     Para la generalidad de los doctores y doctoras, sus pacientes son fichas, tarjetas, esbozos clínicos, documentos indescifrables para los legos, cifras, detrás de las cuales no están los hombres o las mujeres que sufren terribles enfermedades, sino simples datos estadísticos que hay que llevar porque sí, porque eso es lo que se hace. Osvaldo Arén se sitúa en las antípodas de esta posición y resulta evidente que sus pacientes no son meros nombres o casos, sino hombres y mujeres cuyas vidas conoce, comparte y quiere, quizá tanto como la vida propia o la de sus cercanos.

Nunca desciende al trato infantil, a comunicarse con los enfermos como si lo estuviera haciendo con impúberes o, peor todavía, con imbéciles. Este rasgo vuelve a transformar a Mortales/ inmortales en un ejemplar muy raro en los días que corren

     No se nos dan las razones por las cuales se publica este libro y el mismo autor se pregunta varias veces alrededor de su significado y cómo va a terminar todo, respondiéndose desde el inicio que él mismo no lo sabe

     Y esta es una razón más, una razón esencial y no adicional, para que valoremos Mortales/ inmortales cómo se merece: a mi juicio, aparte de ser una obra tan extraordinaria en el ámbito chileno, es una forma de entender cómo funciona la medicina de hoy, en qué consiste el cáncer y cuál es el futuro que él divisa para el tratamiento de esta enfermedad, hasta hace poco considerada incurable. Sin embargo, ahora no lo es hasta tal extremo, puesto que las terapias del presente pueden convertirla en un mal crónico, como la diabetes, posiblemente el sida, en una de ésas la hipertensión, o sea, manejable, controlable, tratable.

  Desde luego, en un tomo de extensión relativamente breve y que versa sobre un asunto grave, tenemos, ya lo insinué, un texto diáfano acerca de materias complejísimas. Osvaldo Arén parece conocer la historia del cáncer desde la Antigüedad remota hasta el día de hoy y por más sorprendente que sea su erudición al respecto, nos proporciona esa crónica de modo que podamos comprenderla y, por qué no decirlo, analizarla por nosotros mismos. Es una larga, extensa, sobresaltada cronología, que cubre muchos períodos, comenta innumerables teorías y prácticas y termina por hacernos comprensible lo incognoscible, entender lo que hasta entonces éramos incapaces siquiera de vislumbrar.

     Sería ocioso, a fuer de redundante, detenerse en la extensa bibliografía que Osvaldo Arén cita en esta obra, aun cuando sí me parece necesario afirmar que, cada vez que recurre a ella, lo hace con tino y consideración hacia el lector, sin abrumarnos con prolongados pasajes que, tantas veces en este tipo de volúmenes, resultan cansadores, aburridores, en diversas ocasiones comatosos. Sin embargo, no puedo dejar de referirme a uno de mis escritores favoritos, que también parece serlo de Osvaldo Arén: el eminente neurólogo y ensayista británico Oliver Sacks.

     Y desde luego, aparecen en lugar resaltante James P. Allison y Tasuku Honjo, quienes, el año 2018, obtuvieron el premio Nobel en Medicina por sus avances en la inmunoterapia para el tratamiento del cáncer: no siempre te toca ser testigo de un cambio tan radical y es realmente impresionante, fue, en síntesis, el comentario predominante entre los expertos consultados en torno a los recientes premios Nobel de Medicina.  Y aquí creo pertinente reflexionar sobre un fenómeno del cual ni yo, ni tampoco creo que la mayoría de la gente, tenía idea. Por lo menos en cuanto a lo que a mí respecta, creía, a pie juntillas, que la radioterapia y la quimioterapia eran las únicas alternativas para enfrentar y, eventualmente curar, esta horrible enfermedad. Osvaldo Arén me sacó de mi ignorancia y espero que a otros que lean este libro les pase lo mismo cuando se extiende pormenorizadamente en el futuro del cáncer, que quizá es el futuro de una ilusión.

Nada de lo anterior es tan interesante, tan apasionante, como los casos humanos que Osvaldo Arén cuenta a lo largo de Mortales / inmortales (…) Aquí la pluma se libera de toda terminología oscura o científica para contarnos historias humanas, demasiado humanas

      El problema, claro, son los elevadísimos costos que irroga la inmunoterapia; el doctor Arén estima que, en promedio, alcanzan los cien mil dólares. Salvo los millonarios, los ricos, los poderosos, ¿quién está en Chile en condiciones de afrontar semejante gasto? Peor aún: a medida que envejecemos, las personas fatalmente contraerán alguna forma de neoplasia, por lo que la población que porta este terrible mal, crecerá exponencialmente. Así, aparte de constituir, en el porvenir cercano, la principal causa de muerte, el cáncer pasará a ser una enfermedad social. Y ni el Estado ni las instituciones públicas están en condiciones de enfrentar el gasto sideral que significará el tratamiento de los tumores malignos.

Nada de lo anterior es tan interesante, tan apasionante, tan ameno y, hay que decirlo, tan terrible, como los casos humanos que Osvaldo Arén cuenta a lo largo de Mortales / inmortales. Son todas historias imborrables de hombres y mujeres que, de súbito, vieron cómo sus vidas cambiaban dramáticamente, a veces de forma desastrosa, otras de manera relativamente exitosa, a raíz de la detección de un tumor. Las hay para todos los gustos, con personajes de todas las clases sociales, de cualquiera profesión u oficio imaginable, de diversas nacionalidades, de las más variadas ocupaciones, en fin, se trata siempre de hombres y mujeres que, de súbito, vieron cómo su vida cambiaba de modo trágico, hasta el punto de lo irreconocible, por la aparición del que quizá es el peor enemigo de la especie humana. Aquí la pluma, o quizá habría que decir el habla, de Arén, se libera de toda terminología oscura o científica para contarnos historias humanas, demasiado humanas.

     No me corresponde reseñar ninguna de esas vidas ni analizar la forma cómo han enfrentado la que, tal vez, es la enfermedad más catastrófica de cuantas se conocen. Corresponde al lector hacerlo y seguramente más de uno se llevará muchas sorpresas al leer estos apasionantes episodios. Aquí el médico da paso al contador de cuentos, al que establece una relación tan íntima con sus pacientes, al hombre que conoce el dolor humano como pocos y que siente hacia los enfermos un amor irrenunciable, que va mucho más allá de la estereotipada relación doctor/paciente.

     Y es en cada caso que relata cuando Osvaldo Arén deja la abstrusa terminología, en verdad la jerga científica o seudocientífica, para dar paso a muchas anécdotas, todas humanas, demasiado humanas, todas de valor incalculable, como por lo demás son todas las trayectorias vitales.

Al hacer hablar a sus pacientes, es cuando alcanza el nivel de una narración que podemos calificar como literaria. Sin desmerecer el gran aparataje científico que el autor detenta, me parece que las mejores páginas se encuentran en las historias de los pacientes que ha tratado

     Sí, porque, después de todo, se trata de seres humanos complejos, sean de la clase social que sean, posean cualquier nivel educacional, tengan la edad que tengan y detenten el nivel cultural que les haya sido dado. Todos, sin excepción, son miembros de la raza humana, confundidos, impredecibles, cultos o incultos, prejuiciados o desprejuiciados, en suma, todos pertenecen, de una forma u otra, al mundo que hoy por hoy habitamos.

     Aquí, al hacer hablar a sus pacientes, es cuando Osvaldo Arén alcanza el nivel de una narración que podemos calificar como literaria. Sin desmerecer el gran aparataje científico que el autor detenta, me parece que, lejos, lejísimos, las mejores páginas de Mortales/ inmortales se encuentran en las historias y las existencias de los pacientes que ha tratado –que, por cierto, son muchísimos más que aquellos referidos en este libro-; en los diálogos que entabla con cada uno de ellos; en la relación paternal y, a la vez, extrañamente paritaria que establece con los enfermos que quieren seguir viviendo, porque eso, al fin y al cabo, es lo que todos deseamos: querer seguir viviendo.

     Sin descalificar los conocimientos especializados que Osvaldo Arén exhibe, me parece que es en el vínculo que establece con los enfermos, cuando su libro alcanza una genuina dimensión de literatura. Y se trata, realmente, de un logro mayor. Es cierto que hay grandes escritores que fueron médicos y es cierto que existe una abundante producción de ficciones que versan sobre la enfermedad, pero Mortales/ inmortales aspira a otra cosa, una cosa mucho más sencilla, a lo mejor más modesta y posiblemente tan valiosa como la de crear literatura de la imaginación basada en la lepra, el cólera, la peste bubónica, la viruela, la fiebre amarilla, la sífilis, la tuberculosis o la demencia.

     Efectivamente, las pretensiones de Mortales/ inmortales son, por decirlo de una forma atinada, bastante más simples, pero no por ello menos importantes. Se trata, ni más ni menos, que de exponer vidas comunes y corrientes enfrentadas a un destino incierto y, en oportunidades, aciago.

     Y es al examinar cada una de estas existencias de personas aparentemente normales, bien que enfrenten la enfermedad de distintas maneras –con heroísmo, con miedo, negándola, asumiéndola, disfrazándola, pasándose películas- cuando Mortales/ inmortales adquiere los ribetes de una obra única y singular.

     Entonces, Osvaldo Arén, por supuesto, se transforma en el médico que todos anhelamos tener, en el consejero que todos desearíamos en los momentos difíciles, en el pater familias cada vez más ausente de nuestra sociedad, en suma, en un patriarca de la medicina. Sé, claro, que la palabra “patriarca” está hoy sumamente desprestigiada, pero en estos momentos no se me ocurre otra para definir al doctor que se atrevió a escribir semejante libro.

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