Risa y lágrimas
José Leandro Urbina escribió para CancerLATAM una reflexión sobre el humor: cómo pasó de ser vulgar y ofensivo a objeto de estudio científico para el alivio del dolor. Claro que todavía queda una dimensión ambigua que mantiene a este estado de ánimo al filo de la sospecha, advierte el autor de la novela Cobro Revertido.
Hay estudiosos que piensan que la comedia y la tragedia son de alguna manera inseparables. Otros que el humor puede ser dañino, que es propenso a provocar anarquía y se presta para la agresión.
John Morreall, estudioso del tema, objeta esta mirada. El filósofo argumenta que, en las últimas décadas, las investigaciones emprendidas por la psicología y las ciencias de la conducta han encontrado en el humor muchos beneficios para la salud mental, tanto de individuos como de grupos.
Psicoterapeutas y unidades de hospitales lo utilizan con los pacientes y sus familias como una forma de alivio. Pero no siempre fue así.
Para muchos, incluso hoy día, el humor produce una relación peligrosa; seduce, pero nos pone en alerta por su posible arista vulgar y ofensiva.
Es una convicción clásica que la gente notable, los personajes importantes no se ríen ni andan haciendo chistes. Dicen que Jesucristo no se reía, dicen que la risa es del diablo.
Platón, mientras inventa la ciudad-estado ideal en la República, hace decir a Sócrates que, “no conviene que los guardianes (la elite gobernante) sean gente pronta para reírse, ya que, por lo común, cuando alguien se abandona a una risa violenta, esto provoca a su vez una reacción violenta.”
Adimanto, su interlocutor está de acuerdo. Entonces Sócrates añade: “Por consiguiente, es inaceptable que se presente a los hombres de valía dominados por la risa y mucho menos si se trata de dioses.”
Aristóteles es más tolerante. En la Retórica, entre las acciones propias de la juventud sitúa la risa, dice: “Y son amantes de la risa y, por ello, también de las bromas; pues, efectivamente, la broma es una desmesura en los límites de la educación.”
en el siglo XX, científicos y psicólogos profundizan el estudio del humor y la risa; sobre todo, desde el aspecto de sus beneficios en la salud»
En la Ética da espacio a “la distracción con bromas”, pero aquí hay que buscar el término medio. Dictamina que “los que se exceden en provocar la risa son considerados bufones o vulgares, pues procuran por todos los medios hacer reír y tienden más a provocar la risa, que a decir cosas agradables o a no molestar al que es objeto de sus burlas. Por el contrario, los que no dicen nada que pueda provocar la risa y se molestan contra los que lo consiguen, parecen rudos y ásperos. A los que divierten a los otros decorosamente se les llama ingeniosos…” Y luego agrega: “Como lo risible es lo que predomina y la mayoría de los hombres se complace en las bromas y las burlas más de lo debido, también a los bufones se los llama ingeniosos y se les tiene por graciosos.”
Esta primera y rápida reflexión sobre el humor y la risa está enraizada en un sentimiento de superioridad: este es un tipo de humor que está reglado desde una mirada estamental o sectaria, y que se continuará en el cristianismo, poco amigo de la risa y la comedia. Algunos escritores cristianos consideraban la risa estridente como propia de gente indigna, banal, lujuriosa o violenta.
En el siglo XVIII surge el interés por la variedad anclada en la incongruencia, que se caracterizaría por la adición de lo irracional para la producción de lo cómico; y más tarde, la teoría del alivio o del desahogo: que vería en el humor una válvula de escape de las presiones de la vida cotidiana. El humor y la risa poseen aquí una dimensión lúdica que genera relajación. La aparición de estas nuevas formas de ver la risa desplaza a la teoría de la superioridad.
Kant y Schopenhauer hacen una breve contribución del lado de la teoría de la incongruencia. Habrá que esperar hasta 1900 para que el filósofo francés Henri Bergson haga el primer aporte mayor al estudio del humor en su libro, La risa: ensayo sobre la significación de lo cómico. Freud, desde el lado de la teoría del desahogo, publica en 1905 su ensayo, El chiste y su relación con lo inconsciente, centrado básicamente en el desahogo de energía psíquica que reprime las emociones.
el reiterado acto de mirar la tragedia desde el humor nos plantea el problema ético de si estamos autorizados a reírnos de la muerte y las desgracias de nuestros congéneres, y de nuestro propio miedo»
Como ya indicamos, en el siglo XX, científicos y psicólogos profundizan el estudio del humor y la risa; sobre todo, desde el aspecto de sus beneficios en el área de la salud. No es casualidad que, con sus dos guerras mundiales, las guerras de descolonización, la guerra fría, la amenaza atómica, las numerosas pandemias: gripe española, gripe asiática, el SIDA; la epidemia de poliomielitis, de cólera, etc., con altos grados de mortalidad, todos ellos, fenómenos que han perpetuado las tragedias humanas, surja paralelamente el humor como elemento de compensación. En el caso de enfermedades colectivas, la perplejidad del cuerpo, la confusión que produce el ataque fatal de un agresor invisible, hace que el mundo se vuelva incongruente y, en distintos grados de separación, se pueda percibir su lado dolorosamente ridículo.
Para muchos, el reiterado acto de mirar la tragedia desde el humor nos plantea el problema ético de si estamos autorizados a reírnos de la muerte y las desgracias de nuestros congéneres, y de nuestro propio miedo. Hay que recordar, sin embargo, que esto se hace desde remotas épocas: la comedia usa la muerte como elemento cómico, reconociendo que la risa puede brotar en medio de una misa de difuntos.
Si bien no podemos decir que el objetivo de la risa, en el marco de una situación ambigua, pueda ser definido dentro de una categoría pura (superioridad, incongruencia, desahogo), muchas veces se producen mezclas en las que el sentimiento de alivio puede ir acompañado de cierto sentimiento de superioridad.
Por ejemplo, la alegría que produce la supervivencia tiene complejos contactos con esa superioridad del que salva con vida frente al que sucumbe, como lo advierte Elías Canetti en su magnífico libro Masa y Poder.