El paciente con Cáncer de Colon que dejó la comida chatarra y emprendió con alimentación sana
A Carlos Tapia le detectaron en 2016 un tumor en etapa IV y le dieron tres meses de vida. Pesaba 140 kilos. Tras un complejo tratamiento, lleva ya dos años sin presencia de la enfermedad. Hoy estudia coaching oncológico para ayudar a quienes desarrollan esta patología que es la primera causa de muerte en Chile.
Hace ya seis años, Carlos Tapia instaló en una de las esquinas de la Plaza de Armas de Las Cabras una tienda de alimentación saludable con la que espera, pacientemente, ir ganándoles terreno a los completos y las papas fritas. El negocio ofrece una variedad de productos para vegetarianos, veganos, intolerantes y personas como él, que se vio obligado a cambiar radicalmente su dieta después de que le detectaran cáncer de colon en 2016.
Relacionador público de profesión, Tapia tenía entonces 44 años, trabajaba en una fundación para la superación de la pobreza en esa comuna de la región de O’Higgins –donde vive- y pesaba alrededor de 140 kilos. Era, como dice él, un exponente sin par de “la buena vida y la poca vergüenza”, ya que consumía -cotidianamente y en cantidades considerables- carnes rojas, embutidos, azúcares y comida chatarra, alimentos que constituyen uno de los factores que predisponen a esta enfermedad que, en la última década, ha ido en aumento en la población menor de 50 años.
tengo dos hijos, el mayor de 20 y la menor de 15, que en ese momento eran chicos y pensaban que su papá se iba a morir. Yo les prometí que saldría adelante. ‘Si no peleo, qué enseñanza les voy a dejar’, pensaba»
Carlos Tapia
Para ponerlo en contexto, en 2022 podemos decir que la obesidad, el sobrepeso y el sedentarismo desplazaron al tabaco como principal factor de riesgo de desarrollar algún tipo de tumor entre los chilenos.
Agobiado en un momento por un cansancio extremo y preocupado por el color oliváceo que había adquirido su piel, el ahora emprendedor –que además sufría hipertensión y diabetes- decidió viajar a Santiago para consultar una hematóloga en el Instituto Oncológico Falp. Tras los exámenes recibió un diagnóstico demoledor: el cáncer estaba ya en etapa IV, con metástasis en los pulmones, el hígado y el peritoneo.
“Me dieron tres meses de vida, sin posibilidades de operación u otro tratamiento. Estaba perdiendo sangre por las deposiciones y por eso tenía ese color”, recuerda.
Los cuidados paliativos surgieron como su única alternativa. Pero su oncóloga tratante en FALP -Pamela Salman- decidió antes intentar con sesiones de quimioterapia que resultaron positivas: los tumores empezaron a disminuir o a desaparecer y Tapia pudo optar a su primera cirugía. Esos procedimientos inauguraron un proceso que se extendió por tres años y en el que se sometió a seis intervenciones quirúrgicas, 44 quimioterapias, 25 radioterapias, cinco radiocirugías destinadas a eliminar las lesiones que no era posible operar y 50 quimioterapias orales.
“Fue muy duro. Hubo drogas que me provocaron erupciones cutáneas. En la cabeza me aparecieron unos costrones que sangraban por un simple estornudo. La gente que estaba sentada a mi lado se paraba y se iba. También me dio peritonitis después de la primera operación. Pero todo funcionó y estoy vivo”, comenta.
Aunque Tapia logró revertir ese periodo adverso y lleva ya dos años sin presencia de la enfermedad en su organismo –debe controlarse periódicamente-, su caso es bastante atípico y puede atribuirse, según le explicaron sus médicos, tanto a la capacidad de respuesta de sus tumores como a su determinación y perseverancia.
“La doctora Salman me dijo que había sido muy cojonudo y el cirujano digestivo que me operó (Roberto Charles) me comentó que los pacientes que superamos un cáncer así de avanzado nos contamos con los dedos de la mano. Yo tengo dos hijos, el mayor de 20 y la menor de 15, que en ese momento eran chicos y pensaban que su papá se iba a morir. Yo les prometí que saldría adelante. ‘Si no peleo, qué enseñanza les voy a dejar’, pensaba. El apoyo de mi señora fue fundamental, ella se portó tremenda conmigo. Nunca me deprimí, jamás. Al contrario, me capacité en mindfulness y alimentación saludable para conseguir mayor bienestar”, relata.
Dedicado hoy a su negocio de la Plaza de Armas (Mercadito Sary) -ya que fue obligado a jubilar anticipadamente-, Carlos Tapia pesa en la actualidad 50 kilos menos que cuando fue diagnosticado. Su régimen alimentario excluye azúcar, lácteos y carnes –incluso la de pescado- y privilegia frutas y verduras, huevos, frutos secos y pan hecho en casa con harinas de garbanzo, arroz o avena, entre otros. “Trato de no comer nada envasado y tampoco consumo muchas legumbres -porque prácticamente no tengo intestino-, exceptuando lentejas rojas y negras, que no tienen piel y aportan el doble de proteínas”, describe.
Este emprendedor ha debido, además, combatir secuelas físicas y mentales provocadas por su extenso y complejo tratamiento. Tuvo que asistir a terapia ocupacional y kinesioterapia para aprender nuevamente a escribir, a caminar en línea recta y a sentarse y pararse, y su memoria le juega malas pasadas con frecuencia. “No me da miedo contarlo, hay cosas de las que no me acuerdo. Pero es algo selectivo, porque con el dinero no me pasa. Atiendo mi negocio, hago intercambios de plata, manejo el presupuesto. Si estuviese tan mal, no sería capaz. Levantar peso no puedo, quedé con cierta insensibilidad en las manos y ya no tengo músculos en el estómago, debido a las operaciones. Los doctores me han dicho que tengo que cuidarme como hueso de santo. Quizás debería estar sentado con una mantita viendo Animal Planet, pero me gusta atender mi local y seguir estudiando”, dice Tapia, que está terminando un diplomado en coaching oncológico para compartir su experiencia, sin costo, con otros pacientes de cáncer.